Hasta que un día
se agotaron mis ganas. Mi otrora sonrisa inmortal estaba ahora sellada bajo una
casi inmutable expresión de seriedad, el viaje en el Metro ya no era lo mismo,
era otra molestia más que se ahogaba con música y con la vista perdida en un punto
infinito.
El día que juré
nunca llegaría, me había pillado absolutamente por sorpresa.
En algún punto,
ni las ganas de volver a casa ahogaban el sentimiento de pérdida. Mirar al
cielo ya no era signo de satisfacción, era la muda confesión de alguien que se
avergüenza de admitir que ya no desea insistir más. Sólo quedaba meterse las
manos en los bolsillos y retomar esa cosa ya vieja y olvidada, caminar.
He vuelto, viejo amigo.
Cuando me quise
dar cuenta, la mañana se convirtió en tarde, y de ciudad ya no quedaba mucho,
salvo un par de edificios abandonados, y mi camino, en una calle polvorienta en
la que sólo transitaba el viento.
Un muchacho de
unos 17 años salió a mi encuentro, alzó la vista por sobre mi hombro, y con voz
entre enfado y desilusión me pregunta: ¿Qué haces aquí?
- Solo sigo mis
pasos, no tengo rumbo fijo- , le respondo sin prestarle mucha atención.
- Mientes- dice
mientras se mira los zapatos cubiertos
de tierra-, vienes aquí porque ya no
tienes a donde ir.
De uniforme escolar,
mangas arremangadas, camisa sobre el pantalón pero con corbata perfectamente en
su lugar, levanta los brazos en señal de súplica y riendo finaliza: Eres muy
malo mintiendo, no has aprendido nada desde que te fuiste.
Detengo mis
pasos, esa risa la he escuchado en otra parte, me volteo para increparlo, pero
es inútil, en su lugar ya no hay nadie.
- ¿Dónde quedó
esa promesa de no fallarme nunca?- la voz del joven podía venir de cualquier
parte, su tono pasó de alegre burla a una triste y dura ironía.- ¿Dónde quedó esa
persona que decía jamás dejarse vencer?-
- No he fallado a
mis principios- le respondí al aire intentando parecer convencido.
- ¡MIENTES! – Me
apuntaba directamente a la sien con el índice derecho mientras con el
pulgar
hacia un gesto de cargar un arma imaginaria. – ¡Caíste como todos, te convertiste
en lo que odiabas!-.
Eso no es del
todo cierto- le increpé mientras alejaba de mi sien una mano que ya había
desaparecido. Estoy estudiando algo que me gusta. Soy quién siempre soñé ser.
Una ráfaga de
aire subió por mis pies, un ruido seco y profundo hizo que me volteara, la
muralla del edificio de mi costado había colapsado y caído.
Una risa casi demoníaca salió de la polvareda y el joven se me acercó desafiante.
-No recuerdo
haber soñado con algo tan desastroso-