sábado, 18 de mayo de 2013

II



- ¿desastroso? – pregunté con evidente enojo.  Y elevando la voz en tono irónico respondí: No me pareces en mejor estado que yo,  mírate, absolutamente solo y en un sitio perdido que se cae a pedazos…

Otro colapso estructural de un edificio cercano parecía reafirmar mis palabras.

- Estoy aquí por voluntad propia, no cómo tú. – El maldito venía hacia mí comiendo un pan que traía envuelto en toalla higiénica en uno de sus bolsillos. –Tú llegaste aquí desesperado y pidiendo ayuda como un bebé. –

La tensión aumentó peligrosamente, no se escuchaba nada más que el latir furioso del corazón de cada uno.

- Mira que abandonar la esperanza, dejar de insistir…. – agregaba mientras pacientemente desenvolvía  su bocadillo, - eso para mí tiene sólo un nombre – y apuntándome con el pan que traía en una mano, y con aún más pausa de la que estaba usando continuó –eres un cobarde.-

-¿Qué sabes tú? Dije acercándome a él con ganas de estrangularlo - ¿Has pasado por lo que pasé yo? Te atreves a llamarme cobarde cuando no eres capaz de salir de aquí sin la ayuda de alguien más.

Su puño se cerró con violencia mientras apretaba los dientes. Le había dado.

lunes, 13 de mayo de 2013

I



Hasta que un día se agotaron mis ganas. Mi otrora sonrisa inmortal estaba ahora sellada bajo una casi inmutable expresión de seriedad, el viaje en el Metro ya no era lo mismo, era otra molestia más que se ahogaba con música y con la vista perdida en un punto infinito.


El día que juré nunca llegaría, me había pillado absolutamente por sorpresa.


En algún punto, ni las ganas de volver a casa ahogaban el sentimiento de pérdida. Mirar al cielo ya no era signo de satisfacción, era la muda confesión de alguien que se avergüenza de admitir que ya no desea insistir más. Sólo quedaba meterse las manos en los bolsillos y retomar esa cosa ya vieja y olvidada, caminar.



He vuelto, viejo amigo.


Cuando me quise dar cuenta, la mañana se convirtió en tarde, y de ciudad ya no quedaba mucho, salvo un par de edificios abandonados, y mi camino, en una calle polvorienta en la que sólo transitaba el viento.


Un muchacho de unos 17 años salió a mi encuentro, alzó la vista por sobre mi hombro, y con voz entre enfado y desilusión me pregunta: ¿Qué haces aquí?


- Solo sigo mis pasos, no tengo rumbo fijo- , le respondo sin prestarle mucha atención.

- Mientes- dice mientras  se mira los zapatos cubiertos de tierra-,  vienes aquí porque ya no tienes a donde ir.


De uniforme escolar, mangas arremangadas, camisa sobre el pantalón pero con corbata perfectamente en su lugar, levanta los brazos en señal de súplica y riendo finaliza: Eres muy malo mintiendo, no has aprendido nada desde que te fuiste.


Detengo mis pasos, esa risa la he escuchado en otra parte, me volteo para increparlo, pero es inútil, en su lugar ya no hay nadie.


- ¿Dónde quedó esa promesa de no fallarme nunca?- la voz del joven podía venir de cualquier parte, su tono pasó de alegre burla a una triste y dura ironía.- ¿Dónde quedó esa persona que decía jamás dejarse vencer?- 


- No he fallado a mis principios- le respondí al aire intentando parecer convencido.


- ¡MIENTES! – Me apuntaba directamente a la sien con el índice derecho mientras con el 
pulgar hacia un gesto de cargar un arma imaginaria. – ¡Caíste como todos, te convertiste en lo que odiabas!-.


Eso no es del todo cierto- le increpé mientras alejaba de mi sien una mano que ya había desaparecido. Estoy estudiando algo que me gusta. Soy quién siempre soñé ser.


Una ráfaga de aire subió por mis pies, un ruido seco y profundo hizo que me volteara, la muralla del edificio de mi costado había colapsado y caído.


Una risa casi demoníaca salió de la polvareda y el joven se me acercó desafiante.


-No recuerdo haber soñado con algo tan desastroso-